lunes, 27 de febrero de 2012

Disgresiones de un condenado


Volvió a suceder. No podía ser de otra manera, parece. Cae la noche y con la oscuridad se despiertan hoy, maldita la hora, mis demonios que creía haber sepultado. Un dedo justiciero me amenaza desde algún punto que no alcanzo a percibir: “te lo dije” tritura mi alma enrarecida.

Se despiertan esos demonios. Todos mis demonios. Que son solo como tres pero bien pesados los infames. Tratan de apoderarse de mí, me rodean, me acechan. Esperan el momento en que trate de conciliar el sueño para entrar en mi mente y torturarme sin piedad hasta que levante el alba. Te lo dije.

Ese remoto miedo que a fuerza de hechos fui enterrando hoy hace explosión. Mi mente corre a una velocidad enfermiza y no hay quien la detenga. Caigo en un vacío de vértigo donde el mismo dedo suspendido en la oscuridad me señala sin piedad a la vez que satura mis oídos con ese terrible enunciado: te lo dije.

Mis demonios se quieren apoderar de mi. Si no pudiste con la empresa que te tiene hoy prisionero de tus temores, ¿crees que podrás con otras? Se burlan. Me amenazan. Me empujan al abismo de la desesperanza.

Hoy sé que estoy condenado a una muerte lenta, penosa. Yo soy mi propio verdugo y mis demonios las cadenas que me atan. O más bien, estoy condenado a seguir viviendo. A estar por siempre conmigo mismo. Tanta oscuridad de esta prisión me embota la mente. No sé qué será de quien hoy soy.

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