Volvió a suceder. No
podía ser de otra manera, parece. Cae la noche y con la oscuridad se despiertan
hoy, maldita la hora, mis demonios que creía haber sepultado. Un dedo
justiciero me amenaza desde algún punto que no alcanzo a percibir: “te lo dije”
tritura mi alma enrarecida.
Se despiertan esos
demonios. Todos mis demonios. Que son solo como tres pero bien pesados los
infames. Tratan de apoderarse de mí, me rodean, me acechan. Esperan el momento
en que trate de conciliar el sueño para entrar en mi mente y torturarme sin
piedad hasta que levante el alba. Te lo dije.
Ese remoto miedo
que a fuerza de hechos fui enterrando hoy hace explosión. Mi mente corre a una
velocidad enfermiza y no hay quien la detenga. Caigo en un vacío de vértigo
donde el mismo dedo suspendido en la oscuridad me señala sin piedad a la vez
que satura mis oídos con ese terrible enunciado: te lo dije.
Mis demonios se
quieren apoderar de mi. Si no pudiste con la empresa que te tiene hoy
prisionero de tus temores, ¿crees que podrás con otras? Se burlan. Me amenazan.
Me empujan al abismo de la desesperanza.
Hoy sé que estoy
condenado a una muerte lenta, penosa. Yo soy mi propio verdugo y mis demonios
las cadenas que me atan. O más bien, estoy condenado a seguir viviendo. A estar
por siempre conmigo mismo. Tanta oscuridad de esta prisión me embota la mente.
No sé qué será de quien hoy soy.
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