Este olivo que en este triste día
en que está el cielo gris y blanco el suelo,
calienta en el hogar mi casa fría,
era ayer el encanto y la ufanía
de mi olivar, bajo el azul del cielo.
Era aquel viejo olivo castellano
tan erguido y valiente. En el verano
sus nudosos ramajes ofrecieron
grata sombra a las gentes campesinas
y a sus hojas pacíficas vinieron
huyendo del calor, las golondrinas
Y, al fin, cayó... sus ramas retorcidas,
pródigas hasta el fin, ennegrecidas
entre un montón de leñas y de abrojos,
aun dan en este hogar, luz a mis ojos
y calor a mis manos ateridas;
como ayer en las faldas de la sierra
dieron junto al pacífico arroyuelo
sombra a los caminantes de la tierra
y cobijo los pájaros del cielo.
Y así quiero yo ser, como este olivo,
pródigo hasta morir...
Por eso escribo
en mis pobres cantares cuanto hiere
mi ser con alegrías o dolores
para dejar así en ellos resplandores
de esto que hay en mi ser que nunca muere,
y dar así en herencia a mis hermanos
-¡oh olivo de mis campos castellanos!-
lo que hoy me han dado tus destellos rojos:
un poco de luz para los ojos
y un poco de calor para las manos.
Y así quiero yo ser, como este olivo, pródigo hasta morir...
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