Su apodo no era ni
original ni mucho menos ingenioso. El Español. Me sorprendió. Bueno, a decir
verdad no me sorprendió él. Me sorprendieron sus circunstancias. Entre el río
de gente que se mueve a diario por las calles del centro de la ciudad, ciudad
que ha dejado de ser ciudad para convertirse en un montón de gente, coches y
edificios, iba caminando hacia un museo cuando lo escuché.
Sí, llamo mi atención
su voz más que otra cosa pues su “seseo” era inconfundible. Además de el
volumen que se elevaba sin dificultad por entre el río desmadrado de gente.
No lo pude evitar. Me
acerqué y, en honor a la verdad, sin pensar demasiado, le solté la pregunta: “¿cómo llegaste hasta aquí?” y es que si
hubieran estado ustedes en mi lugar habrían hecho lo mismo. Quizá no le
hubieran preguntado a él, pero sin duda se hubieran preguntado a ustedes mismos
lo que yo le cuestioné a él.
-Joder tío, ¿no tienes
nada mejor que preguntar “cabrón”?.
Eres el quinto que me pregunta eso. ¿Acaso me vas a mantener, me vas a dar
trabajo? ¡Si no te interesa vete!
Todo ello pronunciado
con el más impecable acento gachupín, pero con una que otra “palabreja mejicana” -dijeran ellos- en
medio.
Y es que no me culpen.
Bien podrían pensar que me tenía bien merecida esa respuesta por meterme en asuntos
que no son de mi incumbencia. Pero créanme, ustedes habrían hecho lo mismo.
Que vayas por una
calle abarrotada de gente que va hacia todos lados en una ciudad como la
capital, no es raro. Que en esa calle se unan a las bocinas de los coches las voces
de los vendedores ambulantes y aquellos que ofrecen promociones y volantes,
tampoco lo es. Que una sola voz sobresalga por encima de todo aquel barullo
puede ser hasta normal. Pero que esa voz sea la de un español y que esté
ofreciendo volantes para examinarse gratuitamente la vista en un localucho más bien insignificante… y ahí
fue donde no me resistí y le tuve que preguntar lo mismo que ustedes se han
preguntado ahora. ¿Qué hace un español en una calle del centro histórico del
Distrito Federal ofreciendo volantes?
Por mi mente pasaron
en un instante la elevadísima tasa de paro laboral en España, la necesidad que
empuja a gentes de todo el mundo a probar fortuna lejos de sus hogares, incluso
volví a recordar aquellos pueblos de la montaña en el norte de Italia que
quedaron abandonados al emigrar sus jóvenes habitantes a América. Pero por
mucho que pienses eso, lo último que esperas encontrar es un español
repartiendo volantes.
A pesar de su
respuesta inicial, el español resulto ser un buen tipo. “Soy humano y nada de
lo humano me es ajeno” dijera el poeta latino, y conocerlo y saber una pequeña
parte de su historia me dio mucho en que reflexionar.
Hace poco más de un
año salí con unos amigos que a su vez me presentaron a otros de sus amigos. Uno
de ellos al enterarse que yo había estado estudiando en España me apodó de esa
misma manera: el español.
De todo hay en esta Tierra.