In principio erat carminem... et carmen est vita hominum (En el principio existía la poesía y la poesía es vida de los hombre)
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Quiere el alma
abandonar este cuerpo. Siento el hedor de la muerte envolverme, coquetearme y
es porque tú no estás. ¿En qué maldita hora dejaste que el enemigo te sedujera?
¿Con qué artificios hizo que fijaras en él tu vista y te robó el alma?
Es de noche. Es noche
y hace frío. Las estrellas de tus ojos se apagaron en mi cielo para brillar en
otros espacios. El calor de tus abrazos falsos se disolvió como la niebla del
mar al alba. Y ¿qué queda? Muerte, frío, noche, oscuridad. En esta negrura ni
la luna hermosa tiene fuerza. La luna está triste. Ella lo sabía todo y siente
lástima por mí.
Hoy vuelvo a mirar la
muerte a la cara. No me deja ver tu rostro tan dulce, tan suave, tan mentiroso.
Ya no estás. Ya no
existes. Te consumió la noche eterna. Sucumbiste. Soltaste mi mano y la muerte
sin nombre quiere fundirse en mi alma.
Y mi corazón se
resiste rabioso a la muerte. Quebraste mi voluntad que, impasible, espera el
beso frío que la acabe. Pero el corazón aún palpita. Lucha. Se revuelca en su
propia sangre con la mirada limpia aún de quien no conoce cálculos en la
entrega.
¿Quién le devolverá el
calor a mi cuerpo aterido? La noche y la muerte están acompañadas: un séquito
de demonios se hace fuerte a su amparo. Y sé que vienen por mi… se que quieren
verme muerto, los ojos vidriosos, la
mirada perdida y la boca una mueca de quien lucho hasta estando ya muerto.
Tu cuerpo de cristal
revienta hecho pedazos y tú no te das ni cuenta. Vidrio barato te trituró y te
tiene hipnotizada.
Quise salvarte. Quise
yo morir en tu lugar, quise creer. Puse toda la luz que tenían mis ojos pero no
fue suficiente. La sombra nunca iluminó a nadie y hoy se tragó déspota la luz
de mi mirada.
Lloro. Quiero llorar.
Lloro para que el sabor salado de mis lágrimas borre el sabor de tus labios en
mi boca. Tus labios… ¡ah tus labios! Tus labios de ángel, tus labios que
esbozaban una sonrisa traviesa que me hechizaba. Tus labios que vertieron
veneno en mi boca.
¿por qué? ¿Por qué tú?
¿Por qué a mi? ¿Qué de malo te hice o en qué te causé aflicción para que así me
pagaras? Estas preguntas me laceran. Me hieren igual que un martillazo en el
dedo meñique.
Solo quiero que llegue
ya el frío a mi corazón. No soporto verlo agonizante. No soporto ver sufrir a
un inocente. Me rindo. Se rinde. Nos entregamos resignados a la muerte. Tú ya
no estás.