sábado, 4 de septiembre de 2010

Maltrata

Maltrata. Según me dijeron, el nombre proviene de que fue el pueblo más dañado en una erupción del volcán. Es el pueblo de mi abuela. La última vez que había estado ahí, fue hace más de quince años, precisamente cuando murió mi abuela. En aquel entonces estaba aun sin pavimentar, el lugar que ocupan hoy las casas lo ocupaban entonces más campos de siembra. Los burros y caballos han ido cediendo paso a los autos.

Sin embargo hay algo… algo que hace que el Maltrata de hoy, siga siendo el Maltrata de hace tantos años. Algo que sigue haciendo que al atardecer, cuando el sol se esconde tras las montañas, y el aire frío empieza a anunciar la llegada de la noche, puedas respirar profundamente y decir: “estoy en el pueblo”

Y es que cada pueblo tiene ese algo. Desde los pueblos resguardados por las montañas, como los que dejan que las olas del mar acaricien sus pies. ¿Qué será ese algo? ¿Acaso el tiempo? ¿Será el aire?, ¿serán las almas de lo que ya se fueron o acaso su simple recuerdo? En el pueblo parecería que el tiempo se detiene. O si no se detiene, que camina más lento.

Al atardecer he visto que de algunos techos de lamina empezaba a subir blanco, paciente, rutinario, un poco de humo. Se estaba preparando la cena. Tortillas quizá.

Los pueblos representan una parte muy especial en los paisajes de mi alma. Y es que los pueblos, muchos de los pueblos además de detener el tiempo, son capaces de colarse por una rendija del corazón.

Me voy de Maltrata, pero en cierto sentido me quedo. Algún día quizá otro pasante respire profundamente un atardecer de otoño y a lo mejor será capaz de percibir ese pedacito de mi alma que ahora forma parte de Maltrata. Y tal vez también se preguntará qué es ese algo que hay en cada pueblo…

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