martes, 2 de noviembre de 2010

El dos de noviembre

Dos de noviembre, día de los difuntos. He estado en un cementerio romano. Una auténtica “necrópolis”, ciudad de los muertos. Grande, muy grande, con sus calles y avenidas. De un lado se ven simples nichos. Frías lápidas de mármol a ras de tierra con austeras inscripciones. Ricos mausoleos que son como las “casas grandes de la ciudad”… Al fondo, una proporción de terreno cubierta sólo por erguidas cruces plateadas. Ni un adorno, ni una lápida. Sólo una cruz y en ella una sola fecha… sólo una cruz se alza sobre el dolor y la rabia por la muerte de un recién nacido o un ni siquiera nacido.

Sigo caminando por la ciudad de los muertos, rezo por sus almas. Varias reflexiones me asaltan en mi lento deambular entre sus avenidas de grava. Algunas tumbas pretenden ser pequeñas casitas, con su reja y escalerilla. Otras, simples contenedores y algunas en fin, verdaderos santuarios.

Al lado de los nombres se pueden ver fotografías. Me llama la atención un rostro hermoso de una joven seria. ¿Qué quedará de esa hermosura tras la triste lápida? Jóvenes, ancianos, pobres, ricos, mujeres y hombres… todos acaban cubiertos por un poco de tierra, mojada al inicio por lágrimas dolorosamente arrancadas o endurecida después por el imparable paso de los años.

Ahora levanto un poco la mirada. Los vivos caminan por la ciudad de los muertos. Callados, taciturnos, meditabundos. Caminan por aquellos que ya no pueden caminar, meditan en la muerte de quienes quizá no pensaron en la muerte hasta pocas horas antes de saludarla personalmente, rezan por quienes tal vez ya nadie reza. Caminan en silencio, temiendo interrumpir el silencio de los que ya no hablan. Caminan quizá queriendo escuchar la debilitada voz de alguna póstuma enseñanza. Y ¿qué queda tras estas vidas, breves algunas, más largas otras, pero ya todas terminadas?

Qué cuadro tan más sugestivo… los vivos paseando por entre las avenidas de los muertos. ¡Qué contraste! Me voy de la ciudad de los muertos dejando a los vivos caminando en ella. Al llegar a casa he encontrado una respuesta a las preguntas de tantos que caminan por los cementerios…

“Y el día de mañana, cuando los hombres nos olviden, solamente una cruz, y en ella Cristo, seguirá abrazando nuestra sepultura como guardián eterno de una amistad comenzada en esta tierra”

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