domingo, 31 de julio de 2011

Cuento corto

Comparto un cuento que escribí hace un par de años en Roma, para un proyecto que creo que nunca vio la luz. De todas maneras, tras 4 años me parece interesante el relato. No lo he ni corregido ni actualizado. Lo copio tal cual. Ojalá les guste.

Amaneció como los otros días. El joven estudiante se desperezó. Se estiró un poco en la cama. Internamente contó hasta tres y se levantó. De camino a la universidad se topó con el policía uniformado de azul, con el barrendero que silbaba una desconocida, inacabada y melancólica melodía. Vio de reojo la figura casi estatuesca del conserje de la universidad y siguió su camino sin detenerse hasta su mesa banco. Qué desperdicio de tiempo –pensó- podrían aprender un idioma, aprender algo nuevo y mejorar su nivel de vida… ganar más dinero, ser más felices, cambiar el mundo.

Como los otros días atendió casi sin pestañear las elevadas y deshilachadas palabras de los diversos profesores. Mientras tanto, en los pupitres de al lado, un par de jóvenes vagaban perdidos el uno en los ojos de la otra y la otra en los ojos del uno, imaginando cuentos de castillos medievales y de princesas dulces y frágiles en espera de un beso que les devolviera el calor de la vida a sus fríos y entumecidos miembros. Al otro lado, otro joven estaba muy lejos de captar ni una de las palabras enredadas del intelectual ya que se entretenía, más que enredando, tejiendo con fineza frases y palabras en versos alegres y sonantes. Qué desperdicio de tiempo –pensó como los otros días- podrían preocuparse por ser más instruidos y así cambiar el mundo, en lugar de perderse en sus tonterías. Y volvió a casa como los otros días.

Como algunos otros días, se detuvo un momento en una iglesia para rezar. Miró un gran Cristo barroco que pendía lastimosamente de una cruz también barroca. Una comunidad de fervorosos monjes cantaban dulcemente notas dulces de un vigoroso canto gregoriano. No pudo el joven estudiante reprimir un pensamiento excusándose antes ante el Cristo. Qué desperdicio –pensó- con esas voces tan hermosas podrían elevar el mundo a Dios, en vez de estar enterrados en este claustro tan alejado y escondido.

Saliendo de la iglesia, pasó por el cementerio de los monjes, donde con asombro pudo ver que yacían descansando en la paz de esos solitarios parajes doctores, maestros, licenciados, tanto en ciencias sagradas como profanas. Y brotó natural, como natural crecía la hierba entre las frías lápidas un lastimero pensamiento… qué desperdicio –pensó- estos pudieron enriquecer la ciencia y cambiar al mundo con sus mentes brillantes y en cambio aquí pasaron desapercibidos.

Un poco más lejos advirtió la figura, más fuerte que robusta, de un joven con su anciano padre que juntos cavaban una fosa. Qué desperdicio de fuerzas –pensó el joven estudiante- y todo para seguir viviendo de ese mismo modo… y el joven se lo trasmitirá a su hijo, y el hijo al hijo y así… pudiendo emplear esa fuerza en otros sitios y ganar más dinero y mejorar su vida y ser más felices… qué desperdicio –pensó igual que tantos otros días.-

Y los días pasaban como pasa un pensamiento. Las noches se sucedían como se sucedían las ideas del joven estudiante. Y el joven estudiante dejo de ser estudiante y empezó a trabajar. Y buscó no desperdiciar su tiempo en cines, diversiones o reuniones sociales. Pronto el empezó a ser un egregio profesor de la universidad renombrada y se sintió orgulloso al escucharse a sí mismo elaborando altas elucubraciones. Aprendió nuevos idiomas, elevó su nivel de vida, pretendió ganar más dinero buscando ser más feliz, queriendo cambiar el mundo. Como otras ocasiones anteriores, tuvo un pensamiento… que desperdicio –pensó- de aquellos que no buscan aprovechar todo como yo…

Y el tiempo pasó, y el joven a más de ya no ser estudiante, dejó de ser joven. Los años le cubrieron de gris los cabellos y de piedra el corazón. Sólo podía felicitarse a sí mismo por lo bien que aprovechaba todo y reprochar internamente la conducta de los demás. El tiempo pasó y Dios le llamó a su presencia.

“Señor, qué desperdicio” dijo no apenas llegar a la presencia del Padre celestial. “tanto tiempo esforzándome por cambiar el mundo… y ahora me llamas en este preciso momento. ¿por qué no haces que los hombres aprovechen mejor lo que tiene o pueden tener, por qué no mandas… por qué no haces, por qué…”

Y Dios que es toda paciencia y que tiene miles de años de experiencia en el trato con los hombres, le dejó hablar y desahogarse. Después, sin decir ninguna palabra le invitó a presenciar lo que ocurría en la Tierra en ese instante.

Una señora se preocupaba por el cadáver de un vecino que se había quedado sin nadie que velara por él. “qué desperdicio, Señor; por qué meterse en algo que no le incumbe” momentos después, pagaba de su propio dinero para que le dieran cristiana sepultura. Un sacerdote de estupenda y vigorosa voz, cantaba con fervor el réquiem acompañado por un coro de monjes. Dos hombres, uno anciano y otro más joven, cavaban la fosa al tiempo que elevaban una sencilla oración por el alma de quien sepultaban. Y vio como esas acciones, esas sencillas plegarias conmovían el rostro Divino y le eran gratas.

Pero Señor, ¿cómo puede la gente dejar su vida de por sí ya corta en esas nimiedades? Yo realmente me esforcé por cambiar el mundo.

“Hijo mío, concluyó el Señor, el mundo no se cambia por la cantidad de cosas que hagas o por tus grandes saberes. El mundo cambiará cuando los hombres se decidan a seguir el mandamiento dado por mi amadísimo Hijo “amaos como yo os he amado” el mundo se cambia a base de amor. Y eso que a ti te parecen nimiedades, son ante mí, las mayores acciones para cambiar el mundo.

viernes, 22 de julio de 2011

Pocas palabras

En el parque
viendo caminar a las gentes
te adivino en lo tranquilo de la tarde
y beso en silencio tu mirada
Las palmeras riman tu nombre.
Tu cielo me acaricia


(foto: Parque 21 de mayo, Córdoba Veracruz)


Una reflexión "al vuelo"

Frente a mi oficina, sobre las escaleras que van al segundo piso, había un nido de golondrinas. 3 polluelos tenía el nido. Sobre una lámpara...